JOSE ANTONIO VERGEL ARRIBA A SUS 80



Por lo menos su padre pasó de los cien y él se conserva con vodka como lo hizo tantos lustros en la vieja Moscú donde viviera por casi 20 años. Cuando el novelista Héctor Sánchez me dijo de la fecha, repasé cómo ha sido un activista sin cansancio en la bella tarea de estimular talentos, difundir a los buenos autores y prender donde puede el contagio por la literatura y por la historia. Pareciera llevar una jeringa en el alma para darles el virus que salva y hasta transforma vidas al entender de otra manera la existencia. Lo evoco desde mi juventud cuando fuera profesor de la universidad del Tolima y las historias que llegaban de su accionar continuo en la cultura.

Si de algo se siente orgulloso es haber nacido en Alpujarra, precisamente en La Arada, una tierra tradicional de conservadores a los que parece que en política habría de llevarles la contraria porque se hizo comunista. Nació el 13 de agosto de 1936 y se graduó en filosofía y letras en la Javeriana, especializándose en filología y literatura hispánica en el Caro y Cuervo. Muchos lo evocan en su inolvidable paso como catedrático por colegios y universidades y hasta del anhelo de un viaje sin regreso cuando permaneció en Moscú desde 1972 a 1991. Allí fue periodista y redactor cultural del semanario Novedades, de la agencia de prensa Novosti y de la editorial Progreso. Se portaba como un generoso embajador de Colombia y un anfitrión espléndido, como me lo relata mi hermano Jorge Eliécer cuando encabezó una delegación de la Unión Nacional de Escritores en su calidad de presidente y fue por fortuna con el único que no tuvo necesidad de traductor porque hablaban en el lenguaje del Tolima.

José Antonio Vergel había partido de aquí tras haber fundado con otros el periódico Tolima Joven y el Cineclub de Ibagué, invitando a León de Greiff a recitales, cumpliendo lecturas en voz alta en el café Paris y subiéndose allí a las mesas con un cofre donde reposaban las cenizas del poeta grande Martín Pomala. Fue por él que las nuevas generaciones descubrieron a esta magnífico bardo que cantó como nadie a los embrujos de la tierra, pues su proverbial libro alrededor de su vida y de su obra en su condición de investigador, ensayista y crítico, es hasta ahora incomparable. Desde aquellos años no dejaron además de aparecer cuentos y poemas suyos en medios del país y luego en Europa misma, dando sello a su trabajo con varios libros más como el poemario Lumbres secretas y el libro de relatos La casa maldita, sin que haya decidido publicar su novela testimonio El pleito.

Recuerdo haber gestionado el Premio Tolimense de Literatura que ganó y hasta su ingreso a la Academia de Historia del Tolima, de la cual es su diligente secretario. No son pocas sus acciones en pro de la educación y la cultura, encarnando a un líder entusiasta y sin cansancio en esta ruta que tanto requiere de hombres como él en la construcción de un camino humanista. Nos sumamos con admiración y cariño a su fiesta de los primeros 80 años dejando siempre una huella luminosa.

UN DÍA PARA MI VIDA, EL NUEVO POEMARIO DE JAIRO ORLANDO POLANCO.

El ibaguereño Jairo Orlando Polanco nunca posa como poeta pero escribe poesía. En ocasiones sus trabajos parecen la radiografía de un sarcasmo, pero están llenos de la iluminación maravillosa que genera la ingenuidad y la ternura, el asombro frente a los descubrimientos de la noche o el asalto de pensamientos con preguntas que va tejiendo como una telaraña. A diferencia de su primer libro que juega a la dispersión y esta vez más breve, se advierte un trabajo consciente para trazar unidad temática, lo que nos ubica dentro de un universo particular. Su juego está dado en retratar retazos afectivos donde no falta como siempre el humor, la ironía y el disparo sorpresivo de los finales inesperados.

Si bien es cierto Polanco tiene la virtud de no querer aparentar nada y de sólo reflejar ideas y pasiones sin preocuparse cabalmente de la forma, pareciera un trabajo hecho al desgaire que no lo intranquiliza, por lo que termina no tanto en la pose de un extraño o levantisco sino el que ejerce su oficio con autenticidad y autonomía. No le inquieta semejarse a nadie sino así mismo, aunque el arado que remueve su verso y le abre surcos, moldee el brinco de los puritanos que sólo aprueban en su entender inquisitivo lo que les gusta o no para otorgar el calificativo de poeta. Ese destino lo tiene sin cuidado y sus palabras se disparan contra lo inescrutable y portan el repliegue de la libertad como lo vehemente de su fuerza.

Como ya lo había dicho sobre su primer libro, existen versos que no tienen la fuerza de la poesía, pero el secreto está en la verdad que siente para volvernos cómplices, para comunicarnos el placer y el dolor y para enredarnos en la sorpresa de variados finales que surgen como una trampa o un repentino rollo de coloreadas serpentinas. No coexiste el maquillaje para ir a la fiesta sino apenas el traje de la espontaneidad y el deseo de pararse ahí, en mitad de la pista, para decir que participa de la vida y el poema como le da la gana. Y así está bien porque estamos cansados de tanta poesía super elaborada que termina siendo lenguaje sin esencia, rostro sin ojos y espejos apañados.

La jugada maestra, su primer libro, fue la reunión conspiradora de más de ochenta poemas donde no todos son afortunados, pero como aquí, en Un día para mi vida, con cincuenta,  también pasean la soledad y la nostalgia, el deseo y la risa, a veces lo inocente y tradicional. El libro se cubre de poesía verdadera en no pocas páginas, se llena de momentos luminosos sobre todo en el amor y la ternura, las evocaciones y las preguntas.

Seguir cantando y contando es parte de su esencia y su piel, sus entusiasmos y su vida, y no perdemos el tiempo sino lo ganamos porque existe otra manera de mirar el mundo.  

Un día para mi vida que es publicado por Caza de Libros, sale siete años después de su primer compendio, La jugada maestra, una sinfonía inconclusa.

LUIS EDUARDO VARGAS ROCHA Y SU VIDA EJEMPLAR

Fue más que proverbial la presencia de Luis Eduardo Vargas Rocha en la vida social e intelectual de la región. Y paradigmática, sobre todo, porque aún en el camino de las nueve décadas continuaba con la disciplina de un adolescente entregándonos lo mejor de su extensa tarea investigativa. Y todo para conservar la memoria de tantos a quienes debe el Tolima su beneficio y su recuerdo. Ahora, con motivo de su fallecimiento a los 95 años, no pocos han evocado su paso por cargos como el de alcalde de Ibagué, secretario de educación o secretario de salud departamental en su época, e inclusive su faena en el campo de la música con su ya legendario grupo Chispazo, sin olvidar que fuera miembro de la Academia Nacional de Medicina o de la Academia de Historia del Tolima.

Este lector disciplinado y amante del estudio que lo llevó a especializaciones y maestrías en universidades de los Estados Unidos, convocaba inolvidables tertulias en su consultorio de prestigioso urólogo. La simpatía y el don de gentes que mantuvo en su periplo, encarnó un bello ejemplo y mucho más cuando no ahorró esfuerzo alguno para servir a su comunidad. Examinándolo, puede decirse sin lugar a la duda, cómo representó una labor  admirable y siempre digna de quitarse el sombrero a lo largo de su fructífera existencia. Era parte del paisaje amable de Ibagué y dio gusto espiritual entablar conversaciones con él durante muchos años donde fuimos honrados con su amistad entusiasmada. Conservamos gratitud por haberlo conocido y evoco ahora sus publicaciones, tales como Médicos y medicina en Ibagué, un amplio y minucioso recorrido que nos trae su libro de pulcra edición a lo largo de 319 páginas. Abarca casi 40 años si se parte desde 1941 a 1980.

Nos recuerda allí, con la admirable sobriedad de su estilo, cómo fue la parsimoniosa evolución de nuestros hospitales y clínicas e inclusive se detiene en un curioso e iluminador capítulo de época alrededor de las boticas, farmacias y droguerías. Viaja con ojo clínico e indagante por el camino de las enfermedades del tiempo transcurrido entre 1941 y 1960, transita como por una radiografía señalándonos cómo estaban configurados los servicios públicos y traslada con detalle de fechas hasta una reseña eclesiástica, los acontecimientos médicos mundiales y la atmósfera de la música y sus cultores, sin dejar por fuera el listado de nuestros gobernantes y alcaldes. Es fácil encontrar allí un pasaje referente a la vida cotidiana y a los elementos que marcaron la conducta de una sociedad, pero que fueron los mojones mediante los cuales se fue construyendo la comunidad de hoy. Finalmente aporta un extenso pero útil mosaico donde puntualiza los médicos que ejercieron en Ibagué y concluye un segundo capítulo que resume la existencia de la capital entre 1961 y 1980 con los mismos parámetros y temas del anterior.

Para los historiadores que pretendan conocer cómo fue el transcurrir de la ciudad respecto a hospitales y clínicas, droguerías y farmacias, enfermedades de época y servicios públicos, entre otros, tendrán de manera indispensable que estacionarse en un volumen que no fue producto sino de una larga paciencia, de un definido amor por su profesión múltiple de ciudadano, médico, educador, músico, amigo y amante esperanzado de la vida. Largo sería detallar aquí la numerosa cantidad de sobresalientes médicos que hacen historia como lo advierte su editor, pero nunca el reiterar la admiración por la obra y el prosista de este gratísimo testimonio. La útil memoria que dejó consignada para el presente y el porvenir Luis Eduardo Vargas Rocha, imprime desde ya la seguridad de que no somos un pueblo sin una historia tan singular como la suya y la que desarrolla su libro, porque aquí no sólo se detiene en la mentalidad de un extenso ciclo sino en la vida y la obra de aquellos profesionales afirmativos que dieron su existencia para combatir enfermedades y lograr bienestar. Por fortuna ya no quedarán en el territorio del olvido los defensores valientes de una sociedad como la nuestra, precisamente porque gracias al ilustre académico, tenemos un bello compendio que es significativo alimento para nuestro espíritu y para nuestra historia. Se dice que la única pista para saber lo que puede hacer el hombre es averiguar lo que ha hecho y en ese sentido lo que el hombre es.

De otra parte en Ibagué, médicos y medicina, en maravillosa edición que se suma a su anterior trabajo investigativo, tiene el recorrido que va desde 1880 a 1940, no sólo con un acertado marco histórico para cada una de las tres épocas que estudia, sino que además de los médicos destacados en cada una de ellas,  recorre lo que fuera tan importante en el ejercicio de la medicina, tal el dibujo de las casas de salud, la forma en que funcionaban los servicios públicos, las boticas de época, sus píldoras y Tricófero de Barry, los avances científicos y hasta los mandatarios de aquellos años.  Los remedios y el tipo de medicamentos de entonces podrían llamar a risa, pero así fue aquella ciudad de partos y comadronas. No es fácil mantener intacta la paciencia y el entusiasmo a lo largo de muchos años para informarse, llegar a documentos indispensables, escuchar opiniones, verificar fechas, relatar las anécdotas más ilustrativas, conseguir fotos e iluminar la trayectoria de un oficio para testimoniar con responsabilidad un largo período de nuestra historia. Ese empeño sólo fue posible en almas como la de Luis Eduardo Vargas Rocha, este ciudadano ejemplar que murió a los 95 años con sobrados títulos en su profesión, honores internacionales y ante todo un incontrolable amor a su tierra, a sus gentes y a su oficio. Para saber cómo fueron aquellos caminos, la mejor vía es este libro que no únicamente refleja la historia sino que la hará. Como la hizo el autor que es inolvidable y cuya partida deja el vacío que en su campo nadie llenará.

EL NUEVO LIBRO DE HERMES TOVAR PINZÓN

CORRUPCIÓN: METÁFORA DE AMBICIÓN Y DESEO 

http://libu.s3.amazonaws.com/img/968_9789587740127_uand.jpg

Si existe un investigador y académico de primerísima línea en Colombia es el tolimense Hermes Tovar Pinzón, cuyos libros va uno devorando en la seguridad de aprender y comprender muchas situaciones de nuestro país en sus diversas épocas. El de ahora que publica la exigente colección Séneca de la Universidad de los Andes, nos ofrece en 331 apretadas páginas, un crudo y documentado análisis sobre el principal mal de este país como lo es la corrupción. Son textos breves, intensos, documentados y con un respaldo académico que no deja lugares a la duda.

Hermes Tovar, nacido en Cajamarca, es profesor honorario luego de más de tres décadas en la Universidad Nacional de Colombia, doctor en historia de la Universidad de Oxford, Premio Nacional de Historia, Premio Nacional de Ciencia, Premio de la Sociedad de Archivistas y Premio Portafolio al mejor Docente Universitario, entre otras distinciones, lo mismo que autor de numerosos libros. En este último, para ver su tono y su estilo depurado, podríamos decir que en relación a lo que cuenta, muchos capítulos parecen arrancados de la literatura, pero como él mismo afirma: ”En la historia de Colombia no es necesario recurrir a leyendas fantásticas ni a imaginarios, quimeras o bestiarios para cubrirnos de asombro ante los malabarismos de la selva, sino que basta observar la realidad cotidiana para comprender que en esta república de tantas geografías y gentes dispersas y diversas, vegetan y florecen las nueces del delirio y los ingenios de realidades fantasiosas y de pasiones contrahechas. En esta Colombia ejemplar vegetan quienes suponen que el cohecho es delito de uno, que la traición a la patria elige presidentes, que el robo millonario a seres indefensos hace magistrados, que la expropiación de tierras eleva a sus promotores a niveles ministeriales, que la compra y venta de votos hace congresistas y que el crimen tiene inmunidad cuando se trata de familias poderosas. Media Colombia sabe que el fundamento de la democracia no reside en las instituciones ni en la participación popular son en las armas, y que las bancarrotas son verdaderas obras de arte de honestos financistas”.

“Engendrados por los demonios de la ambición y la conspiración, caminamos en el aire, habitamos las laderas de un abismo y buscamos la identidad en el vacío, guiados casi siempre por los profetas del despilfarro y la riqueza fácil. Como seres construidos por el sistema colonial, la república nos ha pulido hasta convertirnos en residentes del cinismo, en voceadores silenciosos de maromeros de la moral pública y en espectadores temerosos de los hábitos ilegales de gobernantes y domadores en estos grandes circos de la corrupción y el miedo. Aplaudimos la vanidad que lleva a funcionarios y presidentes por el mundo para hacer el ridículo pretendiendo vender en metrópolis y cortes decadentes los recursos nacionales en detrimento de la salud”. Son párrafos que nos dan la medida de sus temas y que nos dejan entrever cómo, todo lo que ocurre y ha ocurrido y de lo cual somos informados diariamente, no ingresa al nivel de la crítica sino del sondeo que se deja pasar. Libros como este de Hermes Tovar, despiertan nuestra conciencia, nuestra perspectiva de la realidad y nos sacuden. Es grave no leerlo y satisfactorio hacerlo para quitar el hipnotismo que nos cubre.

LOS NUEVOS LIBROS DE LA UNIVERSIDAD DE IBAGUÉ

Trascendente, por decir lo menos, la tarea en que se encuentra empeñada la Universidad de Ibagué dentro del campo editorial. Se trata de un oficio amoroso frente a cada uno de los títulos y dignas ediciones que muestran respeto por los autores y el lector mismo. En el año de 2015, nos hicieron llegar los testimonios recogidos por Carmen Inés Cruz y Francisco Parra Sandoval al conmemorarse los 30 años de la tragedia de Armero, donde es loable el esfuerzo por lo que llaman la recuperación de la memoria histórica de aquel evento que tanto dolor nos causó y cuya primera versión se hizo veinte años antes, titulada Armero: diez años de ausencia, en donde los mismos autores, acompañados de  Nelsy Rodríguez López cumplieron la misión.  Esta vez, para que todo no quedara en el aire, se desentrañan las lecciones que pueden ayudarnos en otros eventos similares, como también se rinde homenaje a los rescatistas de la zona afectada. Igualmente, bajo la pluma autorizada de los hermanos Parra Sandoval, se presenta un recorrido por La escuela total, al cumplir con estudios de caso como el de la Normal de Fallon, la de Ibagué, Icononzo y Villahermosa, donde se han formado los maestros desde hace no pocos años. El papel de los educadores allí tienen su espacio a través de autobiografías que muestran la riqueza oral y narrativa de los educadores y el significado de su ingente esfuerzo, en medio de limitaciones. Resulta difícil la labor en pueblos un poco aislados y los sectores populares, donde el desequilibrio y la desprotección cumplen el papel de reinas dentro de una sociedad desigual. Resultan conmovedoras algunas historias y entendemos cómo se hace verdaderamente patria por encima de los discursos oficiales y de qué manera este es un sector que debe atenderse con urgencia. Ahora estamos pendientes de la lectura o relectura de otros volúmenes de interés bibliográfico e histórico, tales como la reedición de la Geografía del departamento del Tolima que escribiera a comienzos del siglo XX, Eduardo Torres Vargas, cuando nuestro territorio contaba apenas con 39 municipios. La referencia humana y política resulta curiosa pero de mucha ayuda para clarificar nuestro pasado y vernos hoy. Dentro de esa misma línea en lo que pudiéramos llamar títulos para una biblioteca básica del Tolima, aparece San Bonifacio de Ibagué, documentos para la historia de esta ciudad que escribiera Hernando Márquez Arbeláez. Para quienes tenemos las primeras ediciones, resulta reconfortante verlas nuevamente editadas. Y un ensayo que lleva la firma de Camilo Polanco Torres, quien desarrolla el tema de La organización de la empresa política. La gerencia pública regional. Veo igualmente el registro de El cultivo de la verdad, un examen crítico sobre problemas de nuestro tiempo, firmado por Ramsés Fuenmayor. Ya llegaremos a ellos. Queda nuestra alegría al ver que la Universidad de Ibagué continúa su formidable trabajo editorial, el que sumado a otros libros no menos importantes, como la Obra selecta de Néstor Hernando Parra, por ejemplo, ofrecen la oportunidad feliz de conocernos mejor a nosotros mismos.